Aquí me encuentro en el año 2010, comienzos del siglo XXI, hablando del arte de contar historias, como si esto fuera una novedad en tiempos de la pos post modernidad.
No puedo evitar que vengan a mi cabeza imágenes de otros tiempos: la tribu, el círculo, el fuego; o bien, una mecedora un abuelo o una abuela, un grupo de niños escuchando y los recuerdos de un pasado transmitido a través de la palabra hablada. Lamentablemente no he tenido la suerte de haber vivido ninguna de estas experiencias, pero no puedo obviar esos referentes que pertenecen a la memoria colectiva.
El arte de contar historias, en estos últimos años, ha encontrado distintos espacios en el que estar presente con objetivos de lo más variados, desde recuperar la tradición oral de los pueblos, hasta acercar a las personas de todas las edades a la literatura.
Cono toda expresión artística que se precie de tal, el arte de contar historias, tiene sus propios códigos y objetivos. Por este motivo, antes de meterme en las posibilidades que ofrece esa actividad a los efectos de ser usada como recurso, según nuestros intereses particulares, analizaré las características y propiedades que lleva en sus entrañas esta forma de expresión.
Una persona cuenta una historia a quienes quieran escuchar para exorcizar los temores, justificar o entender el origen de las cosas, prepararse para lo desconocido, transferir conocimientos, iniciar en le camino de la sabiduría o simplemente comercializar productos.
Si miramos el arte de contar historias desde el hecho social podemos hablar de conservar la memoria de los pueblos, para que no se pierdan las raíces, las costumbres y forma de relacionarse con la vida propio y de los otros habitantes de dicha comunidad. Si lo miramos desde el ámbito familiar podemos hablar del encuentro desde vínculos afectivos claros y directos, de herencia de la memoria, de contar para que no se olvide y se pueda crecer a través de la experiencia vivida en tiempos pasados.
Si centramos nuestra mirada en el hecho de contar historias podemos hablar de un viaje, en este quien cuanta es el guía que conduce al grupo por caminos a explorar.
Todos subidos al autobús recorreremos el mismo camino, pero cada quien lo transitará según sus necesidades. Hay quien mirará por la ventanilla todo, sin perder detalle; quien se quede dormido; quien lea una revista; quien pregunta todo…etc.
Quien lleva al grupo invita al viaje, a recorrer los paisajes, a reconocerse en lo conocido y sorprenderse con lo desconocido y escucha las inquietudes de los viajeros, sabiendo que cada viajero hace su propio viaje.
Si miramos el hecho de contar historias sin metáforas de por medio vemos un grupo de personas sentadas en círculo o semicírculo disfrutan de las historias que alguien cuenta, tal como fueron los hechos que este vio, vivió o le contaron, pasado por el filtro de su punto de vista, su manera particular de ver la vida.
Entonces hablamos de un especio físico, donde se junta esta gente para desarrollar la tarea. Quien cuenta recuerda los hechos y los comparte con quienes le escuchan, por lo que estamos hablando de la evocación y comunicación.
En esta comunicación hay un espacio histórico construido por quien cuenta en complicidad con el auditorio, de la escucha de ambas partes depende que la historia llegue a buen puerto.
La experiencia del tiempo compartido para evocar momentos pasados es lo que mantiene unidos a los participantes de esta ceremonia.
Contar y escuchar historias es un placer compartido y eso es bueno, no hace falta más objetivos para justificar el hecho de encontrarse en la ceremonia de la palabra hablada, de la historia transitada, la fiesta de la memoria.
Me parece importante experimentar el arte de contar historias si más expectativas que las propias de este arte para luego tratar de encontrar otros objetivos propios de la actividad en la que se quiera insertar esta expresión de comunicación.
Contar y escuchar historias es bueno.
1 comentario:
OOOOH!!! :)))) Bestial! Gracias!!!!
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